El tranvía de las tres de la tarde partía cada día sin demora, pero sin prisa. Palpó el papel, áspero al tacto, y por un instante logró oler la tinta. El debate en su interior se aplacó de golpe en cuanto sus dedos entraron en contacto con el boleto y cada uno de sus movimientos se rindieron a la inercia mas que a la razón; una sensación que encontró por completo natural. Trató de recordar cuantas veces había decidido emprender …
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