Café en Berlín

Es curioso cómo los extremos se doblegan de tal manera que terminan provocando el efecto opuesto a su naturaleza. El frenesí a mi alrededor a alcanzado un punto de ebullición y, muy lejos de distraerme, me reconforta. Comienzo a comprender que el caos no resulta únicamente inofensivo, sino, de hecho, protector.

El golpe de la taza sobre la mesa de metal me roba mi epifania. Instintivamente le dirijo una mirada de disgusto y me apresuro a disimularla con una frase de agradecimiento por el café que yo mismo ordené. A pesar que no existe forma que ella haya comprendido mi pobre intento de alemán, sonríe. Rubia, ojos azules y piel clara. Un estereotipo andante. Excepto por la sonrisa. La sonrisa no forma parte del estereotipo. Probablemente forma parte de su trabajo. 

El libro bajo mi mano izquierda también forma parte de otro estereotipo, uno que he construido de manera consciente, pero sin tener claro por qué. Los estereotipos nos reconfortan, nos hacen creer que sabemos lo que podemos esperar y matizan unos cuantos tonos de nuestra incertidumbre. Es una fantasia, por supuesto, lo sabemos, pero como quien se deja absorber por una melodía particularmente emocionante, consentimos ser engañados. Solo un momento. 

Un sorbo de cafe basta para confirmar que su utilidad se limita a formar parte del escenario. Terrible, pero es necesario.

Nietzsche se rehusa a cooperar y me veo obligado a aceptar que los secretos del nihilismo continuaran, por lo pronto, siendo poco mas que eso. Pero me apresuro a concluir que la cubierta de cuero vale cada centavo y el contraste del marrón con el plateado de la mesa me satisface lo suficiente como para pasar por alto el hecho que no tengo intención de leerlo. 

El segundo sorbo de café me obliga a reparar en mi entorno: Caminan a la velocidad necesaria para ser vistos pero sin ser recordados. Logro observar a cada uno de ellos; sumo, analizo y concluyo, en una fracción de segundo. El primer algoritmo. ¿Como determinar su eficiencia sin aun desconozco su finalidad?  Quizás Nietzsche tenga la respuesta. 

Miro de reojo el libro, pero me decanto por el tercer sorbo de café: El menor de dos males.

Cuanto esfuerzo invertido en una tarea tan irrelevante. Cuanto interés en conjurar un escenario que no comprendo. ¿Pero quién puede imaginar encontrar entendimiento en medio del caos? Y aun así, cuando me olvido, aunque sea por un segundo, del estereotipo de turno, y me dedico a observar, logro comprender que el caos no es caos, sino actores arrastrados por la euforia de su última escena. 

Y encuentro paz. Porque comprendo qué he venido a desenterrar cada secreto de la trama desde un escenario construido con mis propias manos. Sumar, analizar y, a partir de las figuras de cartón, concluir la trama que voy a representar. 

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