Ofelia

El chubasquero rojo se movía con toda la serenidad que se le permitía al pequeño cuerpo que lo portaba. Los rizos rubios caían sobre los hombros, un poco más desordenados a cada paso. Las botas se abrían camino a travéz de los charcos que cubrían cada escalón. Con medida tranquilidad, aunque a penas logrando contener la emoción, la pequeña se aferraba con dificultad al barandal de las escaleras que se erigían como el ultimo gran obstáculo entre ella y la ansiada libertad.

Paso a paso, escalón a escalón, continuó el descenso. Inmutable, sin mirar atrás, pero sin lograr apartar por completo el terror a ser descubierta. 

Al pasar de lo que para ella fue una eternidad, logró pisar con ambos pies la tierra mojada por el rocío de la noche que quedaba atras y, con una sonrisa, contempló el amanecer. Frente a ella, un sin fin de posibilidades: un huerto, un jardín, un invernadero. Todo a su alcance, a la espera de una decisión. 

Con plena consciencia de la oportunidad única que se le presentaba, concluyó que no era ni el huerto, ni el jardín ni el invernadero, el lugar que aquella mañana deseaba conocer, y con paso decidido cruzó el camino de grava en dirección al bosque. 

Un corazón hinchado de felicidad, guiado por la inocencia, flanqueado por dientes de león y acompañado de una mariposa blanca.  Un corazón que no espera nada y, al mismo tiempo, lo desea todo, pues intuye que todo es posible.

¡Ofelia! – Grita una mujer. 

El eco se extiende por el jardin, por el huerto y por el invernadero, pero no encuentra lo que busca.  

El vestido azul se retuerce a los caprichos del viento. Ella corre y abarca tanto, pero no avanza. Corre y vuelve a correr, repitiendo un grito que se convierte en mantra. Busca una cabellera dorada pero no encuentra otra cosa que un mar de girasoles, un mar que se extiende hasta el horizonte, enmarcado por nubes grises y la sinfonía de los truenos que no demorarán en envolverla.

Ella corre, y como todos los que corren, cae.

Corre. Cae. Se levanta. 

Llora y no recuerda por qué.

¿Cuanto tiempo lleva aqui? ¿Durante cuanto tiempo se ha alargado su agonía? No puede asegurarlo, pero sin duda mas del que quisiera. Ha perdido el control de sus sentidos. Se ha desconectado de su razón. 

Se detiene y se obliga a meditar: Huerto, jardín, invernadero, repite una y otra vez. Huerto, jardín, invernadero. 

Una gota cae sobre su frente y, sobresaltada, sale de su ensimismamiento. Antes de encontrarse nuevamente de pie, la lluvia a su alrededor se encarga de renovarlo todo, incluido su brújula, su juicio y su animo. 

Sin certeza pero sin duda, corre hacia el bosque.

Aquel banco de concreto, en el medio del bosque húmedo que la rodeaba, era precisamente la clase de contradicciones que la anciana había aprendido a apreciar.

Desde donde se encontraba no lograba ver el cielo, pero no era necesario. Podia escuchar con claridad el estruendo del aguacero contra la copa de los arboles y  aun así, conocía el bosque lo suficiente para saber que ni siquiera una gota tocaría el suelo. Los arboles había encontrado sus propias maneras de lubricarse; maneras mucho mas sutiles, desprovistas de la predictibilidad del mundo exterior.

La frialdad del atardecer la acariciaba y ella sonreía con la satisfacción de quien se despide luego de encontrar a un viejo conocido. Esa frialdad se había convertido en un abrazo mas de su arsenal de recuerdos, pero no era el único. Junto a el se encontraba otro tipo de abrazos, abrazos cálidos y apasionados, seguidos de besos, mimos y juegos.  Abrazos como los que estaba a punto de recibir.

-¿Cuanto tiempo te vas a esconder? – Pregunto la anciana sin darse la vuelta. 

Una cabellera rubia la observa entre los arboles. Reveló su presencia, lo que había considerado un secreto hasta el momento, y con timidez pero con resignación, avanzó. Esperó una señal desde la barrera y al ver la sonrisa de la anciana, corrió a ella, saltando de alegría y los abrazos cálidos, los besos, los mimos y los juegos se abrieron paso sin necesidad de explicación.

Un tercer par de brazos se apresuro a cubrir tanto a la niña como a la anciana, y las tres se fundieron en una sola expresión.

Site Footer